Siente la presión.
Una mirada se clava en su nuca, alguien o algo la observa. Se estremece al pensarlo.
No le gusta sentirse observada, no le gusta generar expectativas, no le gusta que la sociedad le imponga su manera de vivir.
Hace tiempo, cuando nació, le dieron su plan de vida, unas normas que debía seguir, unas metas que tenía que alcanzar, un camino que andaría quisiera o no.
Cuando consiguió un poco de autonomía, en cuanto a sus pensamientos, logró comprender que aquella infelicidad que sentía en ocasiones, se debía a esa plan de vida que le impusieron cuando ella aún no era capaz de elegir, le arrebataron su derecho de elección, su libertad de expresión, la coaccionaron en silencio, convirtiendo el delito en normalidad. Ahora lo reconoce. Admite sentirse insatisfecha, admite no querer seguir la directriz marcada por la sociedad en la que vive, pero teme ir a contracorriente, teme defraudar, dañar a las personas que la rodean.
Sueña con vivir sin prejuicios, sin miradas envenenadas pero no se atreve a dar ese paso. Se empecina en querer seguir ese camino que le marcaron, se empeña en creer que si se acostumbra será feliz, cree que el conformismo es la solución a su estado. Sin embargo, en el fondo, sabe la verdad, sabe que su libertad no está en el conformismo, ni en la sociedad ni en los sueños que le construyeron. Su libertad está en ella, en su elección, en su forma de vivir, de sentir, de ser, de afrontar. Pero teme equivocarse, y ¿si lo que cree que quiere no es lo que quiere? ¿Y si tiene que dar marcha atrás y regresar al mimos sitio donde lo dejó? Y si...
Y si dejamos de decir Y si y simplemente nos lanzamos al vacío...
jueves, 14 de agosto de 2008
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