¿Descansar dices? ¿Cómo quieres que descanse con tanto ruido? ¿A la playa? ¿A una montaña? ¿Para qué, si el ruido viene de dentro? ¿Para qué, si no puedo controlar ni un solo fotograma de mi cerebro? ¿Para qué, si no consigo desprenderme de estas voces que me dictan a cada jodido instante lo que tengo que escribir? ¿Para qué, si vivo atrapada en las dos dimensiones de un callejero del 2003? ¿Para qué, si me queda ropa sucia por lavar? ¿Para qué, si siempre habrá alguien solicitándome? ¿Para qué, si aun no he escrito una obra maestra? ¿Para qué, si aun no he tenido el placer de conocerte?
No puedo descansar. No sé descansar. Duermo siempre con un ojo abierto (por si aparece alguna musa sonámbula), y al baño me suelo llevar un trozo de arcilla tierna (para moldear tu rostro aprovechando el esfuerzo).
Y si el menú del día (en el restaurante de siempre) incluye papas fritas, construyo torres con ellas, con su hoja de lechuga por bandera (e imagino batallas sangrientas cuchillo en mano, matando a traición a vacas mal nacidas, besugo o, pollos para salvar a las sirenas reconvertidas en sardinas sin cabeza).
Y cuando reparo en todo lo que me queda por hacer me deprimo, y me hincho a Häagen-Dazs de Vainilla con Nueces de Macadamia cual Bridget Jones.
Pero luego reaparezco tras repetirme una y mil veces aquella máxima que me viene persiguiendo desde el sopor de mi más tierna adolescencia:
Le pregunté a la muerte:
- ¿Qué hora es?
Y la muerte me respondió:
- ¿Cuánto tiempo necesitas?
viernes, 1 de agosto de 2008
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