Algunas personas tenemos un particular sexto sentido para la lluvia. Sentimos cada gota de fuera a dentro; o bien por dentro, desde el exterior. Yo usualmente tiendo a ponerme cómoda, estando en el lugar que este y me dedico a admirar la lluvia (también llamada "el arte de mojar la gravedad"). Me encanta como su contraste luminico con cada luz encendida invita a la introspección. Me encanta pisar cada charco, o bien a mi misma…
La lluvia de fuera se nota por dentro. Cuando llueve nos convertimos en algo ajeno que, por otra parte, nos hace sentir como en casa. Nos seduce, por ejemplo, el peculiar sonido de la lluvia al otro lado de la ventana, con esa banda sonora de gotas que bien podrían ser corcheas sobre un cristal convertido en pentagrama, con su clave de Sol oculta tras las nubes.
Cuando llueve somos otras personas porque, además de limpiar la atmósfera, de eliminar esa capa negra de contaminación que nos separa del cielo, también creemos que podrá con la contaminación de dentro, la de nuestro pasado turbio, o la de nuestros malos pensamientos. Como si el sonido o el olor a hierba fresca de esa lluvia se filtrara a través de los oídos, o de la nariz. O como si esas gotas pudieran entrar, al empaparnos, a través de nuestros poros hasta alcanzar y limpiar de una vez nuestra conciencia. Y lluvia tras lluvia seguimos insistiendo en su poder curativo, y no perdemos la esperanza aunque, algunos aguafiestas, nos digan que el agua es incolora, inodora e insípida.
La lluvia de fuera se nota por dentro. Cuando llueve nos convertimos en algo ajeno que, por otra parte, nos hace sentir como en casa. Nos seduce, por ejemplo, el peculiar sonido de la lluvia al otro lado de la ventana, con esa banda sonora de gotas que bien podrían ser corcheas sobre un cristal convertido en pentagrama, con su clave de Sol oculta tras las nubes.
Cuando llueve somos otras personas porque, además de limpiar la atmósfera, de eliminar esa capa negra de contaminación que nos separa del cielo, también creemos que podrá con la contaminación de dentro, la de nuestro pasado turbio, o la de nuestros malos pensamientos. Como si el sonido o el olor a hierba fresca de esa lluvia se filtrara a través de los oídos, o de la nariz. O como si esas gotas pudieran entrar, al empaparnos, a través de nuestros poros hasta alcanzar y limpiar de una vez nuestra conciencia. Y lluvia tras lluvia seguimos insistiendo en su poder curativo, y no perdemos la esperanza aunque, algunos aguafiestas, nos digan que el agua es incolora, inodora e insípida.
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