lunes, 14 de julio de 2008

Mi fin de semana

Pasé toda la mañana y toda la tarde del sábado limpiando la casa, mis padres regresaban a casa por la noche, la casa ya no era una casa, era una cueva donde una manada de animales vivían.
La montaña de platos del fregadero fue lo que más me costó limpiar: los restos de comida se habían secado, pegado, echado raíces en los platos (raíces que formarían un árbol negro con ramas de sangre que saldría por el techo, perforándolo a la fuerza día tras día un árbol por el que quizá podría escalar, para así escapar de mi vida, el árbol había sido regado por el ilógico goteo de un grifo que decide gotear, sí o no, según su estado de ánimo o quizá por las fases de la luna o la voluntad del diablo).
Tuve que frotar mucho para poder sacar los restos de comida con el estropajo: si Dios hubiera hecho bien las cosas, los restos, la gente que no servimos para nada deberíamos desaparecer de pronto, espontáneamente, finalmente se me ocurrió utilizar agua hirviendo y, tras alguna mordedura traicionera –o quizá justo castigo- del fuego, funcionó mi idea, asunto que, extrañamente, me puso inmensamente feliz o quizá no extrañamente porque era el primer plan que, desde hacía años, había salido tal como había ideado.
Cuando llegaron a casa todo estaba limpio en orden y entonces pensé que, tal vez, podría recuperar mi vida si mantenía la casa siempre igual de recogida porque quizá, lo único importante en la vida es tener la casa limpia el truco para que todo vaya bien: el orden, el orden mental: los suelos limpios.
...
Al día siguiente, cuando me encontraba tirada sobre el sillón, boca abajo, suena mi celular, un amigo me llama porque hace mucho tiempo que no sabe de mí, me pregunta que qué me pasa:
-Últimamente estoy bastante deprimida –le digo.
-¿Por qué?
-No lo sé. Yo creo que es porque recibo demasiado correo (larga historia) y no puedo contestarlo y me da pena. O quizá sea porque la alegría por vivir se gasta. Viví muy intensamente y ahora, todo lo que vivo, me parecen repeticiones: la vida me parece una obra de teatro y todos los actores que me rodean son gente que no vale nada o seres diabólicos.
suspira divertido, siempre que le hablo así me imagina como si yo fuera un personaje de dibujos animados... he estado viendo un documental de Hemingway por la tele, entiendo que, si esto sigue así, terminaré por suicidarme como él, pienso en ir a visitar a un psicólogo: pero imagino la escena: voy al psicólogo: me siento frente a él y me pregunta:
-¿Qué le pasa?
-No le encuentro sentido a la vida –le diría. Y me echaría a reír.
Él me diría alguna estupidez, a la que yo le contestaría:
-Y estoy pensando suicidarme.
(y me volvería a echar a reír)
El psicólogo o no me creería o me echaría un rollo sobre la vida y me daría medicamentos, antidepresivos, quizá pero, tras las pastillas, tras la consulta, la vida seguirá allí y seguirá sin sentido.
-¿te gustaría salir a dar una vuelta? –pregunta mi amigo.
-No.
-¿Ya fuiste a buscar aquel libro que pediste en la librería?
Recuerdo: pedí el libro “Diario de un genio” de Salvador Dalí lo quiero leer porque presumo de saber leer entre líneas, leyéndolo sabré si Dalí se hacía el loco o estaba loco.
-¿Vamos en coche? – le pregunto- Paso de caminar bajo el sol.
Porque caminar bajo el sol, con mi amigo de la mano, me volvería loca, comenzaría a sentirme violenta, a sentir odio por todo el mundo al que viera, desde que empezara a sudar.
-Sí –contesta.
Mi amigo, hace poco, se sacó la licencia de conducir y se compró un coche de segunda mano, no conduce bien porque se pone demasiado nervioso sobre todo con las glorietas forma colas y los coches le pitan, a mi me violenta demasiado que le piten porque lo veo aun más nervioso y no creo que nadie tenga derecho a pitarle, cuando alguien le pita siempre tengo ganas de salir del coche para ajustarle las cuentas, pero no lo hago porque aun no estoy tan loca, me controlo, además me metería en un montón de problemas con la justicia, problemas que me quitarían tiempo para hacer mi vida normal: estar boca abajo, sobre un sillón, viendo la televisión. No hay casi nadie por la ciudad, mi amigo conduce por calles solitarias y yo aprovecho para sacar la cabeza por la ventanilla y gritar:
-¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Todo es una….!
-¿Qué haces? ¿Estás loca? –me grita - ¿No ves que estoy conduciendo?
He gritado muy fuerte y le he puesto nervioso, le pido perdón y no lo vuelvo hacer, es una lástima porque gritar me había sentado de maravilla.

Tras comprar el libro me pide que lo acompañe a una tienda de muebles y complementos del hogar, no tengo otra que decirle que sí ¿Qué le voy a decir? ¿Qué no? ¿Qué me lleve a casa devuelta y que luego el haga lo que quiera? Eso es inhumano, odio ir a esas tiendas de muebles con el, todos nos miran como si fuéramos una pareja feliz (que no somos pareja) además están las tacitas de porcelana para tomar café, odio ver todas esas tacitas pomposas en fila, sobre una mesa de exposición, esperando que alguna ama de casa pique y las compre debido a su bajo precio, odio todos esos complementos para la cocina pintados con flores o con forma de gallina, no me hace falta preguntar a mi amigo qué quiere comprar allí, siempre compra lo mismo: cojines y cosas para guardar cosas dentro, tiene su departamento lleno de cojines y cosas para guardar cosas dentro, llevamos ya una hora allí dentro, en principio una dependiente vieja e infeliz con los labios pintados de rojo lo empezó a seguir, porque se canso de ir a mi paso, empezó a dar vueltas solo por los pasillos de esa tienda para mentes débiles, la dependienta vieja, lo vio solo y, parece ser, que mi amigo siempre tiene pinta de sospechoso, de ladrón, de que va a robar algo, las dependientas siempre lo miran con desconfianza, pero cuando caminó hasta conmigo, y me dio la mano, esa dependienta vieja e infeliz con los labios pintados de rojo dejó de perseguirlo, porque entonces vio que el era nada más que una persona normal, otro infeliz, un inofensivo más hasta el día que le banco le quité todo su dinero, ese día ese hombre se hará borracho o matará a su mujer.
Vamos hasta la caja central, hacemos cola para pagar lo que nos queremos llevar, la gente no está en las calles, la gente está en las tiendas de complementos para el hogar, mi amigo ha elegido unos cojines y cosas para guardar cosas dentro, yo también le he comprado algo, esto:
Es una especie de legumbre de plástico con un cuchillo dentro: pensé que quizá, algún día, si alguien entra en su departamento mientras duerme, para matarlo y robarle, pueda escapar hasta la cocina y, en la pelea por defender su vida y que no lo violen, despiste al intruso criminal cuando agarre esa legumbre, lo justo para abrirla, clavársela sádicamente y matarlo.
-¿Por qué compras eso? –ríe divertido mi amigo- ¿Estás loca?
-Sí –río, divertida, yo también.

(nota: la foto es de mi amigo ya que le explique la mecanica de como salvar su vida)

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