Ayer decidí conciliarme conmigo misma apuntando en mi libreta todos los errores que cometiera en lo sucesivo. Escribiría, pues, cada infracción de tráfico, cada mala contestación o cada metedura de pata con la intención de renovarme y así convertirme, por pura acumulación de sentimientos de culpa, en una mejor persona. Una opción similar a la de los católicos sólo que sin hostias de por medio, ni padresnuestros,
Tres horas y catorce hojas (por ambas caras) de mi libreta después, lo mandé todo (pluma incluida) a la fregada.
Pese a tan efímera intención, este auto-chequeo me llevó a una profunda reflexión al respecto, cuyo título dióse (del verbo 'dios') en llamar 'Todos cometemos herrores'...
Todos cometemos errores excepto los herreros y los caballos, que cometen herraduras (errores sordos con forma de U). Tropezamos varias veces en la misma piedra y aun así no podemos evitar preguntarnos quién ha sido el imbécil que puso esa piedra ahí, en medio de nuestro impecable camino. Porque lo peor del error está en reconocerlo, en destapar esa falla que todos llevamos dentro, de fábrica: ¿cuántas veces hemos tratado de ocultar a los demás que, en efecto, nos hemos equivocado? ¿Cuántas veces nos hemos inventado lo imposible para ocultar nuestros errores, o bien para cargarle el muerto a otro? ¿Cuántas veces nos han sorprendido? Si gustan, pueden encontrar la respuesta a cada una de estas preguntas en cualquier delegación de Hacienda...
Cierto es que errar es de sabios. Pero también es cierto que, cuando me confundo y en lugar de errar hierro, tiendo a oxidarme (sobre todo cuando hierro a la intemperie). Por ello les recomiendo que, aunque no puedan evitar cometer errores (o herrores), al menos traten de equivocarse sólo en recintos cerrados.
Tres horas y catorce hojas (por ambas caras) de mi libreta después, lo mandé todo (pluma incluida) a la fregada.
Pese a tan efímera intención, este auto-chequeo me llevó a una profunda reflexión al respecto, cuyo título dióse (del verbo 'dios') en llamar 'Todos cometemos herrores'...
Todos cometemos errores excepto los herreros y los caballos, que cometen herraduras (errores sordos con forma de U). Tropezamos varias veces en la misma piedra y aun así no podemos evitar preguntarnos quién ha sido el imbécil que puso esa piedra ahí, en medio de nuestro impecable camino. Porque lo peor del error está en reconocerlo, en destapar esa falla que todos llevamos dentro, de fábrica: ¿cuántas veces hemos tratado de ocultar a los demás que, en efecto, nos hemos equivocado? ¿Cuántas veces nos hemos inventado lo imposible para ocultar nuestros errores, o bien para cargarle el muerto a otro? ¿Cuántas veces nos han sorprendido? Si gustan, pueden encontrar la respuesta a cada una de estas preguntas en cualquier delegación de Hacienda...
Cierto es que errar es de sabios. Pero también es cierto que, cuando me confundo y en lugar de errar hierro, tiendo a oxidarme (sobre todo cuando hierro a la intemperie). Por ello les recomiendo que, aunque no puedan evitar cometer errores (o herrores), al menos traten de equivocarse sólo en recintos cerrados.
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